Sentirse parte del Todo. Ser Uno con las hierbas, la lluvia, el amor y los pájaros y dejarse consolar por ellos, por las raíces que abrazan a quienes ya partieron, por los organismos que ellos convocan para engendrar el abono que alimentará la tierra.
«Sostén mi corazón, hierba que creces, hormiga incansable, pájaro cualquiera,
sostén mi corazón, aire de la tarde, aire que sostienes al pájaro, aire en la siesta,
guárdenlo en la noche como si fuera en la tierra, este otro cuerpo, esta otra carne,
boca cerrada en la que sólo entran raíces, lluvias, muertos, entrañables muertos.»*
«Por el sendero que lleva hasta las casas,
Alberto Szpunberg
piedra sobre piedra,
sube el sueño de los justos:
un escalón tras otro,
y otro y otro y otro,
presentes los días, venideros,
y todo cada vez más cierto,
como un río siempre desbordado
por cauces imprevistos,
y de pronto el fulgor, tu mano en mi mano,
la primera bendición de la lluvia.»
Sentirse parte del Todo. Ser Uno con las hierbas, la lluvia, el amor y los pájaros y dejarse consolar por ellos, por las raíces que abrazan a quienes ya partieron, por los organismos que ellos convocan para engendrar el abono que alimentará la tierra.
Qué contenemos, qué es lo que da forma a nuestras vísceras. Semillero de algas, células, procedencia de árboles y galaxias. De qué estamos hechos, Aguacero (y cuando lo nombro creo otro dios, uno mío). En un solo Ser cabe el genoma universal y no lo podemos ver. Pero el pincel –o telescopio refractor– de Giuseppe Arcimboldo (1527-1593) pudo hacerlo. Atravesó la piel que nos cubre como lienzo fresco, y los cuatro elementos rodeados por criaturas terrenales saltaron de sus obras hacia el espíritu observador. ¿Fantasía, realidad o ambas? Cuando me acerco, me sacuden imágenes: Stephen Hawking y el Todo, Newton y la manzana suicida, leyes de la naturaleza y las cuatro fuerzas fundamentales de la física. Somos micropartículas compuestas por otras micropartículas y a su vez por otras y otras, girando alrededor del Sol. «Si destruimos esos lazos de unidad, caemos», dijo el maestro Eknath Easwaran.
Jorge Luis Borges repensó esta fórmula. Cada capítulo de nuestra sangre constituye un libro único, así lo manifiesta en el poema La suma:
Ante la cal de una pared que nada
nos veda imaginar como infinita
un hombre se ha sentado y premedita
trazar con rigurosa pincelada
en la blanca pared el mundo entero:
puertas, balanzas, tártaros, jacintos,
ángeles, bibliotecas, laberintos,
anclas, Uxmal, el infinito, el cero.
Puebla de formas la pared. La suerte,
que de curiosos dones no es avara,
le permite dar fin a su porfía.
En el preciso instante de la muerte
descubre que esa vasta algarabía
de líneas es la imagen de su cara.
Enlazo con el hilo invisible de la palabra escrita (¿por el inconsciente?) a Szpunberg, Arcimboldo y Borges con Wim Wenders, el Director de la película Días perfectos. Hirayama, su protagonista, también se siente parte del Todo, pero un Todo distinto que me llevó a reflexionar acerca de mi propio universo.
Hirayama limpia baños públicos en la ciudad de Tokio, y en cada movimiento despliega el don de celebrar la vida. Fotografía al komorebi («el sol que se filtra entre los árboles», en idioma japonés), contempla la sonrisa o el apuro de los transeúntes, rescata lecturas como perlas ocultas entre los saldos de librería.
El film reivindica aspectos casi ausentes en nuestra época: el presente, la comunión con el entorno, el silencio y la lentitud. Encuentra belleza y felicidad en la monotonía. Valora lo analógico como un reloj de pulsera, una cámara fotográfica de rollo, o un cassette. Observa y decodifica el entorno de manera tal que se despierta con el sonido -siempre puntual-, de la señora que barre las hojas de la vereda. ¿Dónde yace la perfección? ¿Dónde la alegría?
Hace unos años, en mi primer libro Aguas negras, escribí:
A imagen y semejanza
Todos encontramos
diferentes formas en las nubestodos somos iguales
en ese pequeño acto de creación.
Música para acompañar la lectura: