¿Cuándo fue la última vez que escuchaste la voz de tu corazón? ¿La voz del ser esencial que te habita?
«Yo no podía dormirme otra vez, con aquellos gritos salvajes.
Quería entrar pronto a su verde mundo:
y entonces descubrir el lenguaje de sus pequeñas lenguas.
Para gritar de alegría viendo que el Este se convertía en oro”.
Guillermo Henry Davies
En esta primera anotación quiero confesarme, acaso porque la escritura siempre fue para mí una especie de religión sin castigo, donde me apresuro a contar aquello que me desborda y que una vez que termino, me toma de las mejillas, me mira fijo a los ojos y me dice “va a estar todo bien”.
Desde hace algún tiempo no encuentro mi lugar en las redes sociales, por esta razón decidí estar menos presente en algunas de ellas y conectar con ustedes en persona o a través de otros medios. Con esa intención había creado el canal de YouTube y consulté a un diseñador web para que me brinde su opinión acerca de la página web de mi escuela herbolaria. Me dijo que es muy cálida y que se nota que me gusta escribir, pero que debería incorporar videos, otorgarle el dinamismo de las épocas que corren (nunca mejor dicho, la época corre y corre, sin tener muy en claro adónde va). Sin querer, en esa sugerencia encontré lo que ya sabía, lo que reside en mi interior: mi voz expresándose como mejor le sale, a través de la escritura.
No soy la fugacidad de Instagram o YouTube. Soy la dama antigua atormentada y en crisis, que intenta crear sobre un puente de palabras despojadas de videos, porque a las palabras no se las lleva el viento, quedan en el paisaje mental y espiritual del lector, pincelando días y noches (algo que sólo los libros saben hacer con precisión suiza).
De esta idea nació el Diario de una Naturalista, un espacio virtual un poco más humano, silvestre y menos efímero.
Pensaba que algunas aves tienen una o varias y nítidas voces: un mensaje de amor para su pareja, alertar sobre un peligro, avisar dónde hay alimento para los pichones. Otras, en cambio, son calladas y tranquilas, pero no pasan desapercibidas, como la Garcita blanca, que con el lenguaje del silencio, a paso lento y ligero “dialoga” con su familia y al mismo tiempo desorienta a los peces. Cada una a su modo, con su propia voz, con su deseo más íntimo y salvaje, con la voz del ser esencial que la habita.
Cuando en una mañana de verano
me despierto y abro mis ojos
hacia los claros riachuelos que cantan
mi espíritu de pájaro vuela.
Oír el mirlo, el cuco, el zorzal,
o cualquier pájaro en el canto;
y hojas comunes que zumban todo el día
sin garganta ni lengua.
Y cuando el tiempo marca la hora del sueño,
de vuelta en mi habitación solo,
mi corazón tiene muchos cantos de pájaros dulces—
y uno que es todo mío.
Guillermo Henry Davies
Un gorrioncillo muerto/ pesa
lo mismo que un ángel en la mano/ como
una montaña inmensa en el ánima. O
como esta otra: Un nido devastado, el
mundo/ ya no estará completo/ nunca.
O sobre una sublime admiración estética
de las aves: La garza va hacia la laguna/
con el claror del día,/ silenciosa, rápida,
esplendente./ La has visto, y es un don/
precioso. Vives.
José Jiménez Lozano
Un obsequio para mis lectores: La lengua de los pájaros.pdf
Música para acompañar la lectura: