Tres libros y el infinito en un junco

Jardinear, escribir, coser y bordar: actos de reparación del espíritu, en comunidad.

Si las aves cantan y tejen, no sería extraño que yo intentara unir en esta nota la escritura, la naturaleza, la costura y el bordado. ¿Qué podrían tener en común? Tal vez, el hecho de regresarme a lo esencial: música que protege en momentos difíciles. En mi biblioteca, hay tres bellas autoras que me recordaron todos los árboles y letras que pueden caber entre urdimbre y trama.

«Las técnicas del patchwork las crearon mujeres con recursos escasos que necesitaban elaborar ropa de cama cálida para que sus familiares no pasaran frío. Aprovechaban retales y ropas que ya no usaban y cosían las piezas para hacer una manta grande. A esta manta se le añadía un relleno y una tela que después se cosía y remataba mediante la técnica del acolchado. Además, para muchas de estas mujeres pioneras, elaborar un edredón de patchwork ofrecía la oportunidad de dar rienda suelta a la imaginación y la alegría de vivir en unos tiempos marcados por la dificultad. Preparar edredones terminó conviertiéndose en un acto social que congregaba a numerosas mujeres para coser juntas».

Dorothy Wood

Creo que jardinear, escribir, coser y bordar son actos de reparación del espíritu, en comunidad. A través de ellos puedo volver una y otra vez al inicio de todas las cosas: la naturaleza. Este debe ser uno de los motivos por los que me gustan tanto las manualidades: me devuelven al presente de la tierra y al contacto humano en medio de realidades virtuales.

*Foto: libro de Dorothy Wood.

¿Por qué encuentro tanto bienestar cuando coso, bordo, escribo o hago jardinería? Encontré una probable respuesta en un fragmento del libro La mente bien ajardinada, de Sue Stuart-Smith:

«Con independencia de la edad que tengamos, la horticultura puede ser una forma de juego. Winnicott describió así la importancia psicológica de la capacidad de jugar: «Es en el juego y sólo en el juego cuando cada niño puede ser creativo y es sólo siendo creativo como el individuo encuentra el yo». En este sentido, el juego no es la distracción o diversión que podría parecer; es una actividad reconstituyente que está dotada de una fuerte carga de significado. Desde luego, es el caso de Dorothy, que ha comprobado que «si en tu vida pasan cosas importantes de verdad, puedes encontrarles el sentido gracias al jardín».

Dorothy halla sustento en el hecho de que el huerto le permite regresar a la infancia. Me habló de los recuerdos que conservaba de cuando había estado con su padre en el huerto de éste; de las veces en que él la llevaba en una carretilla y una ocasión en la que ella usó «el ruibarbo como paraguas». En verano, Dorothy y su hermana se echaban a dormir bajo las plantas de ruibarbo. Un día se durmieron y su padre las encontró acurrucadas a la sombra de las hojas gigantes».

Siguiendo el pensamiento de esta magnífica autora, jugar y crear reconstituyen mi verdadero yo. Me otorgan cuerpo, sustancia y características singulares en una sociedad que insta a diluir al «ser íntegro» en favor de lo digital y homogéneo. Yo quiero quedarme así, con mis luces, sombras y claroscuros; con mis imperfecciones, desatinos y torpezas, que es lo que me distingue; del mismo modo que tus particularidades y dones te distinguen a ti. ¿Qué otra cosa podría enmudecer más al alma que quitarle aquello que la compone y diferencia del resto?

Sobre el Picaflor verde (Chlorostilbon lucidus) la ciencia dice: «El macho es de color verde tornasolado con reflejos azules en la garganta y la cola azul. El pico es rojo con la punta negra. La hembra tiene la garganta y el pecho blancuzco y el vientre grisáceo. Presenta una línea blanca detrás del ojo«. Aún así, ten por seguro que colores, formas y comportamiento no serán exactamente idénticos entre ellos. Cada ave portará características singulares que la harán única e inconfundible.

Un dato curioso: la Dorothy autora del primer libro que compartí no es la misma que menciona Sue Stuart-Smith en La mente bien ajardinada. Una casualidad que no siento tan casual en un universo guiado por sensibilidades y energías sutiles que nos entrelazan a todos.

Irene Vallejo dice que «escribir es una victoria contra el olvido y la destrucción». Esta frase me movilizó mucho, porque escribir sería algo así como izar una bandera blanca en un campo minado por la enajenación. Recordar, tejer, destejer, enhebrar, desandar, volver al origen; en este sentido, el escritor Gustavo Di Pace, en su libro «La escritura del Grito Primitivo», manifiesta que escribir es reparar la herida inicial, propia del nacimiento.

Texto: proviene del latín "textus", participio de "texo", del verbo "texere": tejer, trenzar, entrelazar.

«En el principio fueron los árboles

Los libros son hijos de los árboles, que fueron el primer hogar de nuestra especie y, tal vez, el más antiguo recipiente de nuestras palabras escritas. La etimología de la palabra encierra un viejo relato sobre los orígenes. En latín, «liber», qué significaba «libro» originariamente daba nombre a la corteza del árbol o, para ser más exactos, a la película fibrosa que separa la corteza de la madera del tronco. Plinio El Viejo afirma que los romanos escribían sobre cortezas antes de conocer los rollos egipcios. Durante muchos siglos, diversos materiales -el papiro, el pergamino- desplazarían a aquellas antiguas páginas de madera, pero, en un viaje de ida y vuelta, con el triunfo del papel, los libros volvieron a nacer de los árboles».

*

«Aunque hoy hemos aprendido a escribir con luz sobre pantallas de cristal líquido o de plasma, todavía sentimos la llamada originaria de los árboles. En sus cortezas estamos redactando un disperso inventario amoroso de la humanidad. Antonio Machado, en sus paseos por los Campos de Castilla, solía detenerse junto al río para leer algunas líneas de ese libro de los amantes:

He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio
tras las murallas viejas
de Soria (…).
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas».

Fragmentos del libro «El infinito en un junco», de Irene Vallejo

"Y grabar mis amores en los jóvenes árboles; crecerán los árboles y creceréis vosotros, amores míos". Virgilio.

Fibras vegetales: las madres de las telas y el papel. Una vez más, la naturaleza, de donde todo emana.

Reparar, reparar, reparar. Tanto ha resonado esta palabra dentro mío que hace muy poco tiempo he comenzado a realizar arreglos de ropa. ¿Será que en cada reparación reparo un poco esa herida inicial? Aquí te comparto lo que hago: Taller de Costura de Eleonora Diez. Te estaré contando sobre este bello proceso en futuras notas.

Entre tanto, me gustaría saber qué es lo que hace que tú seas más tú. ¿Haces algo con tus manos para repararte? ¿Cocinas, coses, bordas, dibujas, meditas, te quedas en silencio contigo misma/o, escribes, bailas, cuentas cuentos? ¿Qué es lo que hace que todas tus partes formen una sola, volviéndote única/o e inconfundible como un Picaflor?

Música para acompañar la lectura:

Lavender, Marillion

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